Cuarto chakra o chakra del corazón

Anahata: Chakra del corazón, de la compasión y sanación

Chakra corazón
 myshkovsky/Getty Images

Nuestro cuarto chakra, el chakra del corazón, es el centro de todo el sistema energético y se encarga de una de las energías más poderosas que operan en ser humano: el amor. Es en el cuarto chakra (también conocido como Anahata) donde empieza a haber una experiencia colectiva, en contraposición a los tres chakras inferiores que son por definición los centros energéticos del ego. De los chakras inferiores se origina la sensación de separación del mundo y de individualidad. En este punto convergen y se integran los tres chakras inferiores que representan el ser material, vital e individual, con las energías superiores que dan una dimensión espiritual, mental y metafísica a nuestro ser. Es en esta rueda de energía donde se da una manifestación más sutil de nuestro carácter trascendente.

Anahata chakra, entonces, es un nivel de conciencia significativamente más elevado que sus pares inferiores. En este mismo sentido, para pasar de la percepción del tercer chakra al cuarto chakra se requiere un cambio de cosmovisión muy profundo: el paso del temor a la fe. Anahata, en sánscrito, quiere decir, en términos generales, “imposible de romper” o “el que no ha sido golpeado”. Por tanto, el amor sería una fuerza tan noble y poderosa que estaría presente de manera constante e incondicional a pesar de las heridas que tengamos en nuestras historias personales. Es esa luz sagrada en cada ser, que es nuestra verdadera esencia y que nos permite abrir nuestros corazones en una unión amorosa y compasiva.

Cualidades de chakra anahata

El cuarto chakra tiene la virtud de traer alegría y sanar. Está ubicado en el centro del pecho, y las posturas de yoga que involucran una apertura de éste tienen los efectos de vigorización, sanación, flexibilidad y trascendencia que trae esta vibración. A su vez, se relaciona con los colores verde o rosa. Los tonos verdes nos reconectan con la naturaleza, nos dan tranquilidad y corresponden a las vibraciones de la sanación y la regeneración. El rosado es un color que despierta compasión, alegría de vivir, ternura y expansión. Está asociado con el sentido del tacto: con la facultad de entrar en contacto con la existencia, de tocar y ser tocado por las personas que forman parte de la propia vida, por todos los seres y las cosas y por el universo como totalidad.

Sus cualidades son aquellas del elemento aire: es liviano, sutil, elevado y llena todos los espacios a donde tiene acceso. De la misma manera, el corazón tiende a irradiar amor y generosidad, tiende a dar luz y felicidad. El aire, la respiración, es para nosotros el vehículo principal por donde obtenemos prana: la energía vital universal. De la misma manera que el prana permea todo, pues somos energía en transformación que se manifiesta en forma densa o sutil, el amor es también una cualidad inherente a todo lo que existe en el mundo. Esta energía es la parte de eterna, infinita y trascendente en cada uno de nosotros. Aunque también por esta cualidad del aire el amor puede desprendernos de nuestro contacto con la tierra, por lo que debe estar en sintonía con nuestros chakras inferiores. De hecho, para que se de en su forma más pura, debe desprenderse de las necesidades de los chakras inferiores.

Naturaleza e importancia

El cuarto chakra es da escencia femenina: es expansivo, sabio, generoso y universal. Su importancia radica en que nos permite vernos en la existencia, dándonos la posibilidad de abrazar la felicidad y la paz que vienen con la reunificación con el universo, de ser un vehículo del amor universal. Aunque no se diera de una forma tan elevada, las primeras expresiones de este chakra nos dan cualidades como la alegría de vivir, la devoción y confianza en la existencia, la dicha de conectarse con los demás, de sentir compasión por el otro por compartir la experiencia humana común, de sanar y ver la divinidad en la naturaleza y en el universo entero.

Este chakra implica ir un paso más allá de los asuntos del ego para abrirse sin condiciones, entregar, aceptar y dejarse envolver por el carácter sagrado y perfecto de todo lo que existe. Esta experiencia es tan grata y tan sublime que se puede convertir en una forma de vida a la que siempre se quiere regresar.